—Y bien, ¿por qué dices que tus padres te despreciaban?— le decía el psicólogo mientras lo miraba fijamente a los ojos sin tratar de intimidarlo.
—Bueno, pues es obvio. Ellos me trataban demasiado «seco». Siempre decían que nunca iba a mejorar y...
—¿Pero igual te ayudaron cuando estuviste solo, no es así?
—Sí, pero... Ellos no me trataron muy bien cuando vivíamos juntos.— respondía Takeshi con un tono de voz un poco bajo y algo quebrado.
Con un suspiro y no muy convencido, Takeshi empezó a hablar. Era una tarde de invierno en el norte de Japón, pues él y su familia eran oriundos de Hokkaido. Caminaban por una senda cubierta por la nieve en un parque cercano. Sus padres eran personas ocupadas, pues trabajaban en la naviera más importante del país y ellos eran parte de la planta ejecutiva de la corporación.
Muy extraño era ver a la familia Akamori junta, ya que el Sr. Akamori siempre estaba metido en juntas extraordinarias y la Sra. Akamori estaba muy ocupada viendo diseños de nuevos buques para la empresa, así que el pequeño Takeshi se quedaba solo en casa junto a Keiko-chan, la empleada del hogar.
Esa tarde era la excepción porque los Sres. Akamori estaban «libres» y querían pasar un rato «agradable» con su hijo. En el parque había un puesto de bebidas calientes muy famoso y la temperatura exterior favorecía mucho la compra de un líquido caliente como el café o el chocolate. Sin duda alguna al pequeño Takeshi le apetecía una de esas. Chocolate caliente con malvaviscos, su favorito.
—Mis padres literalmente no estaban exentos de su trabajo nunca, —decía Takeshi con desprecio. —y esa tarde lo único que hacían era hablar por sus celulares sobre negocios y más negocios y yo ahí, caminando a su lado mientras observaba a otros niños jugar con la nieve con sus padres o hermanos.
—Pero, bien podrías ir a jugar con algunos niños en el parque.
—¡No me lo permitían! Mi padre especialmente no me dejaba hacer absolutamente nada, ni siquiera jugar con los chicos del vecindario.— respondía Takeshi un poco exaltado.
El Sr. Akamori tenía la costumbre de que cuando tuviese un hijo, este sería ejemplar y todo un caballero. Mientras otros chicos estaban jugando y saltando por el parque de juegos, Takeshi estaba encerrado en su casa leyendo obras de Shakespeare o Cervantes. Su padre quería que él fuese un hombre muy culto y digno de seguir.
Al pequeño Takeshi se le hacía agua la boca por saborear el chocolate en su paladar, pues a cualquier niño le pasaría lo mismo. Él empezó a llamar a sus padres para que les prestara atención, pero todo fue en vano. Esto era a diario, pues cada vez que el pequeño Takeshi quería algo con ellos, estos lo rechazaban con una barata excusa de trabajo o con el famoso «ahora veremos, hijo».
—¿Qué quieres ahora, Takeshi? —responde su padre un poco molesto ya que ha interrumpido su charla por teléfono.
—Solo quiero un chocolate caliente, padre.
—Anda y pídeselo a tu madre, estoy ocupado acá con la empresa.
—Pero... Padre...
—Ya hablé, Takeshi. — respondió el Sr. Akamori con un suspiro.
Takeshi única y exclusivamente quería pasar tiempo real con su familia, con sus padres que se supone deben quererlo y apreciarlo mucho, pero esto se veía opacado por el flujo laboral. Un poco nervioso, él se dirige hacia su madre quien no hace unos minutos también hablaba por teléfono. Quizás de negocios también o nuevas juntas para la semana.
—Madre, me gustaría un choco...
—Takeshi, mamá está ocupada ahora mismo. Te lo compraré mañana.
—Pero, madre, yo...
—Ahora no, hijo. — respondió la Sra. Akamori antes de retomar la llamada.
Los padres de Takeshi no notaban el profundo vacío que le estaban dejando a su hijo y totalmente esto tendría consecuencias en un futuro no muy lejano. Siguieron caminando por la senda blanca pasando de largo el puesto de bebidas, pero por lo menos él tuvo la oportunidad de inhalar aquel aroma dulce y cálido.
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