—Que lo hubiesen tratado así no signifique que no lo quisieran— respondía el psicólogo sin sorprenderse mucho.
—Pues, yo sí lo considero que fue y es así.
—¿A qué edad ocurrió todo eso?
—Tenía más o menos cuatro o cinco años aproximadamente. Mi padre no me dejaba salir para nada y cuando fui creciendo todo fue de mal en peor.— dijo Takeshi con una mirada no muy convencido de la opinión del Dr. Ishiguro.
Ya a la edad de nueve años, Takeshi se sentía tímido y nervioso en cuanto al mundo que lo rodeaba, pues ya no sentía ese impulso de jugar con otros niños y simplemente quería quedarse leyendo mientras que Keiko-chan hacía los quehaceres del hogar y, por supuesto, sus padres solo laboraban día y noche sin descanso alguno.
El Takeshi de nueve años era capaz de comentar temas que solo personas de más de treinta hacían regularmente. Se podía escucharlo hablando de política, negocios y algunas veces economía, pues el Sr. Akamori lo obligaba a estudiar dichos tópicos.
Y no es que a Takeshi le agradara esto, no. Él lo hacía para «complacer» el orgullo de su padre. Si bien es cierto, el Sr. Akamori fue muy exagerado a la hora de educar y criar a su hijo. Mientras otros niños de su edad estudiaban los fundamentos básicos de las fracciones, él estaba conociendo álgebra y trigonometría.
Un día que Takeshi se quedó sin libros para continuar su interminable viaje por el camino de la lectura, fue al estudio de su padre para encontrar alguna obra en esos finos estantes color caoba. Buscó y buscó hasta que encontró uno que le llamó la atención en particular. Por su portada puede decirse que era perteneciente a principios del siglo XX. Esta era marrón, con cubierta dura y en su lomo reposaba las inscripciones «Mortiferum Aqua» en un amarillo opaco quizás por el desgaste del tiempo.
«Mortiferum Aqua» hablaba de un asesino muy poco inusual. Este no mataba a sangre fría y mucho menos lo hacía de manera brutal como son descritos en las tradicionales películas de Hollywood, no. Este hacía pasar buenos ratos a la víctima antes de utilizar su arma secreta para después disfrutar del dolor y la pesadilla antes de la muerte, pero otra veces deseaba sentir la sangre correr por sus blancas y callosas manos. Según ese asesino, decía que aquel líquido rojizo lo ayudaba a hidratar sus manos secas.
Takeshi se preguntaba porque su padre nunca le mencionó sobre aquel libro, pues lo encontró en lo más recóndito del estudio: en un estante muy escondido y polvoriento. Carecía de un autor y mucho menos de una casa editorial. Era muy extraño sin mencionar que el título estaba en latín mas no el contenido del mismo. Pero, como él pequeño era inocente ya que no sabía muy bien sobre este mundo de asesinos y crímenes. Y mucho menos su padre tocaba dichos temas; muy rara vez la ocasión en la que lo hacía.
Luego de horas y horas de vasta lectura bajo el árbol del jardín trasero de la casa, el Sr. Akamori regresó temprano a casa ya que este tenía la tarde libre. Como de costumbre, el padre de Takeshi se iba a su estudio y se sentaba a mirar el diario, pero por casualidades de la vida este se levantó y miró por la ventana que daba al jardín trasero. Primero se sintió orgulloso de que su hijo siguiera sus instrucciones al pie de la letra, mas cuando logró visualizar la obra literaria que este tenía, sintió un poco de ira y decepción. Sin pensarlo dos veces salió a reprender a Takeshi ya que su padre, como se mencionó antes, no permitía que su hijo leyera dichas cosas.
—¡Takeshi Akamori! ¿¡Qué diantres estás leyendo?
—Padre, yo solo... —decía él pequeño balbuceando y muy nervioso.
—¡Sabes que no permito que se lean estas basuras en esta casa!
—Pero, padre, es solo un libro...
—¡No me interesa! —respondió el Sr. Akamori tomando el libro con ímpetu de las manos de Takeshi.
El padre, muy furioso guardó el libro en la caja fuerte de su estudio sin que su hijo se diera cuenta. Treinta y dos, sesenta y cinco, cuarenta y cuatro... Estas eran las cifras de la clave para abrir la blindada caja de metal y, por supuesto, no se las dio a nadie. Takeshi, por su parte sin hacer ninguna rabieta fue a su cuarto y se sentó en su cama. Sí estaba molesto por la acción de su padre, pero se prometió que no descansaría hasta encontrar aquel libro. Ese mundo ya empezó a llamarle la atención y, algo que sí tiene Takeshi es que cuando desea algo, lo consigue sin importar nada, pues estas fueron las palabras del Sr. Akamori.
Algo que el padre no tuvo en cuenta es que en ese estante donde Takeshi encontró el libro, se encontraba lleno de obras de ese mismo género, por consiguiente el pequeño podría volver y tomar otra obra sin que este se diera cuenta. Y así fue, Takeshi tomó otros libros y empezó a leerlos, pero sin obtener una lectura amena. «Mortiferum Aqua» ya había cautivado toda su atención y el pequeño no descansaría hasta poder encontrar y tener en sus manos esa magna obra llena de suspenso y sufrimiento.
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